martes, 30 de agosto de 2011

LILITH (1964)


LILITH, LA SOMBRA DE EVA

Lilith, según el mito, apareció al mismo tiempo que Adán de las manos del Creador. Es una criatura espontánea y libre de fascinante belleza que simbólicamente está unido a la Gran Madre de las civilizaciones antiguas, sobre todo en su aspecto oscuro. También aparece como figura legendaria del folclore judío de origen mesopotámico. Se la considera la primera esposa de Adán anterior a Eva.

Lilith es un arquetipo típico de lo femenino: independencia, autonomía, autopertenencia, la vinculación con el propio ser y el propio deseo. Estas características pueden estar en determinadas mujeres reprimidas y ocultas en su interior, pero que actúan desde las propias profundidades de su psique.

El personaje de Lilth reúne todas estas características simbólicas, y R. Rossen sabe plasmarlo en un film brillante; un manual sobre las pulsiones interiores y oscuras del ser humano (destrucción y autodestrucción).

Un Robert Rossen crepuscular pero con una agilidad narrativa que recuerda a los maestros del cien mudo en algunas de las secuencias más poéticas y evocadoras del film. Película que sugiere, que nos insinúa y nos inquieta, igual que esa naturaleza en la que está localizado el sanatorio mental: serenidad y calma, pero que en cualquier momento las pasiones soterradas y los conflictos interiores pueden desembocar en un torrente; igual que el río sosegado pero que agita sus aguas con furia conforme cambia su curso, como se puede apreciar en una serie de secuencia que aparecen en el film.

Rossen muestra su maestría como la de un artesano: cercanía en primeros planos, contrapicados y encuadres (no se necesitan palabras para introducirnos en el alma de estos seres tan complejos); todo encaja con la precisión de un reloj suizo.

Película perturbadora donde los personajes muestran en sus acciones el deseo y la culpa. Testamento de un director aquejado por el dolor físico y moral en su última etapa de su vida y marcado por la triste experiencia de la caza de brujas.

Robert Rossen es un transgresor de la moralidad de aquellos convulsos años, un rotundo “no” a lo políticamente correcto, un estudio de la sociedad y el individuo, una reflexión sobre los límites que separan lo que se acepta como normal en constante dicotomía con lo que es considerado anormal.


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