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martes, 24 de agosto de 2010

Amedeo Modigliani

Su vida fue breve, tormentosa, marcada por la pobreza y la enfermedad. Su carácter rebelde y bohemio le empujaba a vivir al margen de las convenciones. Todo ello dio lugar a una fama inquebrantable de pintor maldito y a una excepcional carrera artística que hace hoy de Amedeo Modigliani una de las figuras más importantes de la Historia del Arte.

Modigliani nació en el seno de una familia judía de clase media de la Toscana. Su madre era una mujer culta y liberal que alentaba constantemente su atracción por el Arte. Fue ella quien pidió al maestro Guglielmo Michele que le diera clases de dibujo cuando Amedeo tenía 13 años y fue entonces cuando el joven comenzó a plasmar sobre papel los melancólicos sentimientos que eran secuela de la grave enfermedad pulmonar que padeció dos años atrás.

En 1901 su salud vuelve a resentirse y viaja al sur de Italia para restablecerse en un clima más benigno. A su paso por Roma entra en contacto con las obras maestras del Arte clásico y allí se reafirma en su propósito de convertirse en un gran artista. Un año después ingresa en la Escuela Libre de Desnudo de Florencia y en 1903 viaja a Venecia para estudiar en el Instituto de Bellas Artes. En la capital del Véneto experimenta con el sexo, el alcohol, las drogas... hábitos que le acompañarían ya hasta la tumba.

En 1906 Modigliani se instala en el parisino barrio de Montmartre y se inscribe en la Academia Colarossi. Vive el París de los manifiestos, de la revolución Fauve, de ‘Las señoritas de Avignon’. Allí conoce la obra de Cézanne y descubre también el Arte africano que tanto influiría en su evolución pictórica. Es en ese ambiente en el que Modigliani empieza a esculpir y, aunque se hizo muy popular enseguida en los ambientes bohemios, nunca llegó a vincularse a los movimientos artísticos de moda.

Su vocación por la escultura se truncó muy pronto a causa de la precariedad de su salud. El polvo del taller le impide respirar y eso le lleva a dedicarse exclusivamente a la pintura. En 1917 celebra su primera exposición individual en la galería Berthe. Sus rotundos desnudos escandalizan y la policía amenaza con clausurar la sala. Sólo vendió dos dibujos y los cinco lienzos que se quedó el galerista.

Sus obras están cargadas de melancolía. Tratan de ahondar en el alma del modelo mediante líneas sencillas y una ausencia absoluta de mirada. Las manos siempre están a la vista y las cabezas se ladean sobre cuellos largos y esbeltos. Son obras absolutamente reconocibles y ésa es la razón, seguramente, de que Modigliani haya pasado a la Historia como un pintor sin escuela. Fue un artista único.

Murió en un hospital de París en la más absoluta de las miserias. El alcohol y la tuberculosis le trajeron la muerte cuando tenía 36 años. Para acrecentar la leyenda, su compañera sentimental se suicidó cinco días después. Estaba embaraza de casi nueve meses. Pablo Picasso no debía referirse a ella cuando dijo que “Modigliani, a pesar de sus costumbres desordenadas, era capaz de elevar la vida de todos los

miércoles, 18 de agosto de 2010

Orígenes esotéricos de las catedrales


Entre los siglos XI y XIV, en poco más de 250 años, Francia asistió a la construcción de 80 catedrales y más de 500 grandes iglesias. Algo muy similar ocurrió, aunque en menor medida, en otros países europeos, como Inglaterra, Alemania o España.

Semejante afán constructor ha estado siempre rodeado de un halo de misterio y, especialmente en las últimas décadas, multitud de trabajos han pretendido ver en estos prodigios del saber y la fe de la Edad Media, y en la aparición supuestamente repentina del estilo gótico, una demostración física y palpable del conocimiento esotérico de templarios o alquimistas. Sin embargo, buena parte de esta bibliografía dedicada a analizar el supuesto hermetismo de los templos medievales –y más especialmente de las catedrales góticas– suele contener numerosos errores. Entre ellos, uno de los más repetidos asegura que buena parte de las catedrales góticas, así como la creación de este estilo arquitectónico, tienen su origen en los caballeros templarios.

En realidad, si a alguien debemos el surgimiento del gótico es a Suger, abad de Saint-Denis, y es seguro que los célebres caballeros poco tuvieron que ver con la edificación de estos hermosos e impresionantes templos. ¿Significa esto que dichas creaciones medievales carecen de enigmas? Más bien el contrario. Ciertamente, los constructores medievales, auténticos creadores de estos complejos y sorprendentes «rascacielos», insuflaron en sus obras toda una serie de conocimientos y mensajes que podemos calificar de esotéricos sin que, por otra parte, ello implique que tales ideas resultasen heréticas o contrarias a las doctrinas de la Iglesia. Desde la concepción del edificio en un plano, pasando por su orientación o el trazado de su planta, todos y cada uno de los elementos de una catedral o una iglesia eran planteados cuidadosamente siguiendo unos esquemas cargados de simbolismo y de un conocimiento que en buena medida se había heredado de la antigüedad.

LA ESCUELA PITAGÓRICA

La principal herramienta constructiva de los maestros de obra medievales era la geometría, una disciplina que todo constructor tenía la obligación de dominar a la perfección. Con la única ayuda de figuras geométricas simples, como el círculo, el cuadrado y el triángulo, los constructores eran capaces de crear las plantas y los alzados más complejos y hermosos. Sin embargo, y a pesar del dominio que mostraban en esta disciplina, la base de dicho conocimiento no era un logro propio, si no que procedía de la más remota antigüedad, aunque fue la Escuela Pitagórica la que se hizo más célebre por aplicar dicho saber. La secta creada por este sabio de Samos en el siglo VI a.C. fundamentaba todas sus enseñanzas en la importancia del número como medida de todas las cosas. Pitágoras y sus seguidores no veían los números –y las figuras geométricas que se derivaban de ellos– como simples cifras, sino que les atribuían un valor simbólico y místico. Así, entre los números considerados «divinos» por los pitagóricos –hay otros, pero estos son los más destacados– está el 10, cuyo resultado se obtiene sumando los cuatro primeros números enteros: 1, 2, 3 y 4. Esta cifra, la Década, era representada por ellos mediante una figura geométrica llamada tetracktys, un triángulo equilátero formado por una base de cuatro puntos, que según iba ascendiendo tenía uno menos, hasta llegar a la cúspide, con uno solo.

Más importante aún que la Década fue su mitad, el cinco, la péntada y su representación geométrica, el pentalfa o pentagrama. Esta cifra era para los pitagóricos símbolo de la salud, del hombre, del crecimiento, de la armonía natural y del movimiento del alma. Del mismo modo, lo consideraban una cifra «nupcial», pues unía al primer número entero par (el 2), considerado por ellos como femenino, con el primer impar (el 3), de carácter masculino. Además, era también un símbolo del microcosmos y su representación geométrica, el pentagrama, contiene el número aúreo o divina proporción. La importancia de este símbolo era mucho mayor, pues el pentalfa era el símbolo utilizado por los miembros de dicha secta como signo de reconocimiento entre ellos.

Además de estos números sagrados, otra figura geométrica surgida de las doctrinas pitagóricas, el triángulo rectángulo del famoso Teorema de Pitágoras, tuvo también un interés especial para los arquitectos medievales. Este triángulo tiene la particularidad de que sus lados están en progresión aritmética: 3-4-5, y puede generarse mediante una herramienta llamada «cuerda de los constructores» y que consta de 12 espacios iguales. Todos estos conocimientos habrían sido adquiridos por Pitágoras, según la tradición, durante su estancia en Egipto, aunque desarrollados por él en su escuela de Crotona.

LA LEY DEL SECRETO

Pero además de estos conocimientos, la secta fundada por este sabio griego poseía algunas características que más tarde se repetirían en las logias de constructores medievales. La Escuela Pitagórica poseía una estructura o separación jerárquica entre sus alumnos, quienes eran divididos en matemáticos –quienes ya habían sido iniciados en los secretos de la escuela– y acusmáticos, los aprendices que todavía esperaban su iniciación y que hasta entonces recibían enseñanzas simples, siempre tras una cortina que les impedía ver al maestro, a quien se limitaban a escuchar de viva voz. Una jerarquización similar existía en las logias de constructores medievales, quienes se dividían en aprendices, oficiales y maestros. Por otra parte, entre los pitagóricos existía una «ley de secreto», que les impedía revelar los conocimientos aprendidos a los no iniciados. Si alguien quebrantaba esta ley, era considerado un hereje de forma inmediata, y repudiado e ignorado por todos.

Esta misma «regla de silencio» la encontramos entre los constructores medievales, como evidencian algunos documentos que se conservan. Los Estatutos de Ratisbona, de 1459, son explícitos en este sentido: «Ningún trabajador, ni maestro, ni jornalero enseñará a nadie, se llame como se llame, que no sea miembro de nuestro oficio y que nunca haya hecho trabajos de albañil, cómo extraer el alzado de la planta de un edificio». Se establecía así una obligación de secreto que obligaba al aprendiz que había sido iniciado en el grado de oficial a no revelar los nuevos conocimientos adquiridos. Al igual que sucedía con los pitagóricos y su pentagrama, entre los constructores medievales existían también signos y señas de reconocimiento, que no podían ser reveladas, y que eran recibidas al completar el aprendizaje. Entre estos símbolos se encontraban los famosos compases, escuadras, plomadas y niveles, que siglos más tarde serían adoptados por la masonería especulativa.

Por otro lado, no todos aquellos que lo deseaban eran aceptados como aspirantes a futuros oficiales o maestros. Además de una serie de requisitos «básicos» (haber nacido libre –no esclavo– y ser hombre «de buenas costumbres, no vivir en concubinato y no entregarse al juego), no se admitía a los aprendices si éstos no manifestaban poseer aptitudes especiales para comprender el lenguaje simbólico utilizado por maestros y oficiales, el cual estaba especialmente plasmado en esculturas y fachadas. Todas estas enseñanzas y conocimientos de la escuela pitagórica pasaron a las logias medievales gracias a dos vías: en primer lugar mediante la arquitectura, a través de a los constructores romanos (los llamados Collegia Frabrorum) y, por otra parte, a través de la filosofía platónica y neoplatónica, deudora de Pitágoras, y recogida por los Padres de la Iglesia. el número, pensamiento divino La huella de estas doctrinas esotéricas, aplicadas por los constructores, es evidente en los diseños realizados en catedrales y templos medievales, pues todos ellos siguen las reglas de un tipo de matemáticas sagradas, tal y como señala el historiador del arte y experto en simbología Emile Mâle, en su libro Arte religioso en la Francia del siglo XIII: «Esquemas de este tipo presuponen una creencia razonada en la virtud de los números y, de hecho, en la Edad Media nadie dudó que los números estaban dotados con algunos poderes ocultos».

El propio San Agustín creía que cada número tenía un significado divino, pues interpretaba los números como pensamientos de Dios: «La Sabiduría Divina está reflejada en los números impresos en todas las cosas». Conocer la ciencia de los números, equivalía a conocer la ciencia del Universo y, por lo tanto, a dominar sus secretos.

GEOMETRÍA SAGRADA

Esta importancia de la matemática y los números es especialmente evidente en el papel destacado de la geometría (que no es sino una plasmación gráfica de estos últimos). En El simbolismo del templo cristiano (Ed. José J. Olañeta, 2000), Jean Hani, profesor de la Universidad de Amiens, señala al respecto: «La geometría, base de la arquitectura, fue hasta el comienzo de la época moderna una ciencia sagrada, cuya formulación por lo que a Occidente se refiere proviene precisamente del Timeo de Platón y, a través de éste, se remonta a los pitagóricos». En época medieval se popularizó también la representación de Dios como geómetra, el Creador como Gran Arquitecto del Universo, una designación que pasaría siglos después a la masonería especulativa. En estas representaciones Dios aparece representado con un compás, uno de los emblemas de los maestros constructores, que también aparece plasmado en muchos edificios medievales. Esta importancia extraordinaria de la geometría se hace manifiesta en algunos de los textos conservados de los maestros masones, en los que a su vez se aprecia también el carácter secreto de sus enseñanzas, como en este cuarteto de época medieval: «Un punto hay en el círculo que en el cuadrado y triángulo se coloca. ¿Conoces tú este punto? ¡Todo irá bien! ¿No lo conoces? ¡Todo será en vano!»

Una de las figuras geométricas más importantes entre los constructores medievales, el pentagrama, evidencia de nuevo sus raíces pitagóricas. El profesor Santiago Sebastián, en su libro Mensaje simbólico del arte medieval (Ed. Encuentro, 1996), al referirse a la importancia de la geometría en los templos románicos, explica: «Más importante como figura clave fue el pentágono, que poseía la llave de la geometría y de la sección áurea, e incluso poseyó poderes mágicos».

El estudioso Matila Ghyka, autor de El número de Oro (Ed. Poseidón, 1978), menciona algunas de ellas: en Notre-Dame de París, dentro de un rosetón pentagonal de una vidriera; en la «rosa» norte de Saint-Ouen en Rouen, así como en el rosetón norte de la catedral de Amiens. Otra muestra de la importancia que tuvo esta figura pitagórica la encontramos en los cuadernos de trabajo del maestro arquitecto Villard de Honnecourt, que vivió en el siglo XIII, y cuyos diseños suponen hoy una pieza inigualable para conocer cómo vivían y trabajaban los miembros de las corporaciones de constructores. Pues bien, en estos cuadernos de dibujo, hoy conservados en la Biblioteca Nacional de Francia, vemos como la figura del pentagrama aparece repetidamente como base para el diseño de plantas, alzados, rostros humanos, animales, etc…

ARMONÍAS Y PROPORCIONES

Todavía hoy, y a pesar de las numerosas modificaciones que han sufrido buena parte de estos templos medievales, es posible apreciar la singular belleza y armonía que desprenden algunas de estas construcciones. Esta atmósfera especial, capaz de llevar al recogimiento a quien recorre su interior, no es una sensación subjetiva, sino más bien al contrario. Tiene su origen en otra de las piezas clave utilizadas por los maestros constructores, y que igualmente se basaba en el número: la relación o proporción entre las distintas partes del edificio. Entre estas proporciones destaca especialmente la célebre sección áurea o «divina proporción», el número phi, presente en la figura del pentagrama, como ya hemos visto, . Mediante el uso de esta y otras proporciones, los maestros constructores vinculaban sutilmente las distintas partes del edificio, formas, volúmenes y superficies. Igualmente importantes para esta cuestión fueron otros dos números ya mencionados, y que eran sagrados para los pitagóricos: la Década o Tetracktys y su mitad, la Péntada.

Tal y como explica Jean Hani: «La Década era el número mismo del Universo, base de la generación de todos los números presentados, planos o sólidos y, por tanto, de los cuerpos regulares correspondientes a algunos de ellos; y baste también de los acordes musicales esenciales (…) La Péntada, el pentáculo, polígono estrellado o estrella de cinco brazos, fue el símbolo del amor creador y de la belleza viva y armoniosa, expresión de ese ritmo imprimido por Dios a la vida universal. Servía para determinar correspondencias armónicas pues, entre todos los polígonos estrellados, éste es el que ofrece directamente un ritmo basado en la proporción o número de oro, que es la característica por excelencia de los organismos vivos». Además, estos dos números aparecían también de forma habitual en el propio plano generador del edificio, pues en muchos casos el «círculo rector» creado al orientar el templo (ver recuadro) era dividido en cinco o diez partes, lo que generaba diseños en los que los elementos estaban unidos por proporciones áureas.

GEMATRÍA: LA CÁBALA EN PIEDRA

Otro de los aspectos esotéricos de las construcciones medievales, igualmente relacionado con los números y sus mensajes ocultos, es el de la gematría. De forma similar a lo que ocurre en la tradición hebrea con la cábala, la gematría es una «ciencia tradicional» que interpreta de forma simbólica las palabras a partir del valor numérico de sus letras, ya sean hebreas o griegas. En ambos casos es posible traducir las palabras a números, e interpretar estos de manera simbólica, y viceversa. «Difícilmente hubo un teólogo medieval –explica Emile Mâle– que no buscara en los números la revelación de la verdad oculta. Algunos de sus cálculos recuerdan vívidamente a los de la Cábala». Esta práctica cabalística y mística también fue conocida y empleada de forma habitual por los maestros constructores de la Edad Media, existiendo numerosos ejemplos que dan prueba de ello.

Uno de los más llamativos se encuentra en la catedral de Troyes (Francia). Allí podemos comprobar que la clave de la cabecera está a una distancia del suelo de 88 pies y 8 pulgadas. 888 es la cifra que obtenemos si, usando la gematría, traducimos el hombre de Jesús en griego: IHSOUS o lo que es lo mismo: I(10) + H(8) + S (200) + O (70) + U (400) + S (200)= 888.

Por otra parte, algunos pilares miden 6 pies y 6 pulgadas, y la iglesia tenía 66 de estos pilares. Sobre aclarar que el 666 es el número de la Bestia, tal y como cita el Apocalipsis, y que los pilares –que sostienen las bóvedas y simbolizan a los apóstoles– deben aplastar al Maligno. Tal y como explica Jean Hani en su obra, este simbolismo gemátrico de Troyes parece aludir continuamente al Apocalipsis de san Juan, pues también encontramos en este templo 144 ventanas (en alusión a los 144.000 elegidos), y el triángulo utilizado para obtener el alzado del templo, «oculta» un ángulo de 26 grados, cifra del nombre de Dios en hebreo: IHVH. Hani cita otros ejemplos: en la iglesia de Saint-Nazaire, en Autun, la longitud y la anchura del templo suman 257, cifra que equivale a NAZER. Ésta palabra significa «la corona del príncipe» y unida al Nazaire del nombre de la iglesia quiere decir: «la corona del Rey Jesús, el Nazareno».

Del mismo modo, la longitud de la catedral de Notre-Dame de París es de 390 pies, que gemátricamente significa: «ciudad de los cielos». Identica cifra y mensaje lo encontramos también en la iglesia francesa de Saint-Lazare de Autun, «oculto» en las medidas de tres ventanas del crucero. Este uso simbólico del número tampoco era una creación original de los constructores medievales sino que, una vez más, fue heredado de prácticas más antiguas. Así, el estudioso y sacerdote monseñor Devoucoux, demostró que los antiguos templos de Jano y Cibeles, así como el de Artemisa en Éfeso, fueron erigidos empleando el simbolismo de la gematría.

LA ORIENTACIÓN DE LOS TEMPLOS

Al igual que sucede con el conocimiento relacionado con el simbolismo del número y las proporciones, la orientación de los templos cristianos también fue heredado de los antiguos constructores, y tuvo una importancia casi religiosa entre egipcios, griegos y romanos. Este ritual de orientación, indisolublemente unido al de fundación, establece una relación del edificio con el Cosmos. En la antigüedad clásica, los templos estaban dispuestos con la puerta de entrada hacia el Este, de forma que, con la salida del Sol, los rayos de luz iluminaran la estatua del dios custodiada al fondo del templo.

Con la llegada del cristianismo, las primeros iglesias continuaron esta tradición, aunque tras el Concilio de Nicea se estableció que fuera la cabecera la que estuviera mirando a la salida del Sol, y no la puerta. De este modo, cuando el astro rey iniciaba su ascenso los rayos de luz entraban a través del ábside, identificándose la luz con el propio Cristo. Esta orientación tenía también otros significados simbólicos, como explica Jean Hani: «La puerta está al oeste, a poniente, en el lugar de menos luz, que simboliza el mundo profano o, también, el país de los muertos. Al entrar por la puerta y avanzar hacia el santuario, uno va al encuentro de la luz: es una progresión sagrada, y el cuadrado largo es como un camino que representa la ‘Vía de Salvación’, la que conduce a la ‘tierra
de los vivos’, a la ciudad de los santos, donde brilla el Sol divino».

Revista “Enigmas”

domingo, 27 de junio de 2010

William Turner. “El pintor de la luz”






El paisajismo inglés del Romanticismo tiene como máximos representantes a Turner y Constable.
Joseph Mallord William Turner nació el 23 de abril de 1775 en Londres. Su padre era barbero y fabricante de pelucas mientras que su madre se dedicaba a las labores del hogar. Mary, la madre, sufría frecuentes crisis nerviosas y se dice que el pintor heredó su carácter melancólico.
A los once años William se trasladó a vivir a casa de su tío en Middlessex, abandonando el barrio donde había transcurrido su infancia. Empezó en estos momentos a acudir a la escuela y a colorear grabados. En 1788 regresa a Londres y empieza a trabajar para un arquitecto especialista en acuarelas; su preocupación por el modelo real y la observación serán las líneas maestras de esta fase de aprendizaje. En esta etapa realiza varios viajes por tierras inglesas, obteniendo interesantes estudios que posteriormente le servirán para sus obras definitivas ya que Turner solía tomar las notas para sus cuadros mucho antes de realizarlos, incorporando a la obra definitiva la impresión que ha reconstruido la memoria.
En 1791 obtiene un premio de dibujo en la Royal Academy de Londres gracias a un paisaje lo que le llevó a decantarse definitivamente por esta temática. Dos años después conocería al doctor Thomas Monro, médico psiquiatra y gran amante del arte quien le ocupará en la copia de los dibujos que tenía en su colección. En la ejecución de este trabajo conoció a Thomas Girtin. Girtin dibujaba los contornos y Turner los coloreaba con acuarelas, iniciándose así una importante relación entre ambos jóvenes.
A los 20 años William empieza a trabajar al óleo mientras recibía las primeras críticas por sus acuarelas. En estos momentos también llegan los primeros encargos; debe pintar vistas de la campiña inglesa viéndose obligado a realizar continuos viajes para tomar bocetos y dibujos. Estos encargos de los nobles y aristócratas londinenses le van a permitir amasar una pequeña fortuna. Sus fuentes de inspiración estarán en la pintura de Rembrandt -de quien captará los contrastes luz/sombra-, Poussin, Claudio de Lorena y Dughet, pintores de los que obtendrá la sobriedad clásica que podemos contemplar en sus trabajos definitivos.
En 1798 Turner visita el norte de Gales para conocer mejor donde se inspiraba el pintor Richard Wilson. Por estos años finales del siglo XVIII, los cuadros de William son bastante oscuros, interesándose por el dramatismo y lo imponente de los temas como bien se puede observar en El lago de Buttermere o El castillo de Dolbadern.
Los importantes encargos que recibe motivarían el traslado a un nuevo estudio. A partir de 1800 conoce a Sarah Danby, joven viuda que será durante años la compañera del maestro, naciendo de esa unión dos hijas: Evelina y Giorgiana.
En 1802 Turner viaja a Suiza pasando el otoño en París. En la capital francesa conocerá personalmente a Jacques-Louis David y visitará el Louvre donde tuvo la oportunidad de copiar a Tiziano, Rafael, Rubens y Rembrandt. El color como medio de expresión será su objetivo más inmediato en estos momentos por lo que buscó su inspiración en el museo francés. También realizará durante este viaje numerosos bocetos que utilizará en obras posteriores. Este mismo año de 1802 es elegido miembro de pleno derecho de la Royal Academy, en cuanto tuvo la edad requerida para serlo, aunque ya llevaba vinculado a la institución bastante tiempo.
Cinco años después del viaje a Francia publicará el primer volumen de "Liber Studiorum" colección de grabados realizados a sugerencia de un amigo como imitación del "Liber Veritatis" que había elaborado Claudio de Lorena en el siglo XVII. Era ésta una manera de homenajear al maestro del Barroco francés al tiempo que difundía su propia producción y su fama. En estos momentos los críticos empiezan a achacarle cierta indefinición en los contornos, la utilización poco apropiada del color y la infidelidad a la naturaleza. Incluso su cuadro Salto del Rin en Schaffhausen fue acusado de parecer "haber sido producido por arena y yeso".
Desde 1807 Turner se interesa especialmente por el color y por el empleo de fondos blancos para los cielos y el agua, otorgando así mayor luminosidad a los tonos claros. Esta nueva fórmula la podemos apreciar en Pescador saludando a un mercante. Algunas obras de las realizadas en estos momentos están tomadas directamente al óleo del natural, algo bastante extraño en Turner que prefería el lápiz o la acuarela para los apuntes, observándose aquí una clara influencia de John Constable.
William realizará una serie de vistas de casas de campo propiedad de nobles londinenses con las que afirmaba su estatus social y conseguía un rápida fama al ponerlas de moda entre las clases aristocráticas. Esta fama vendrá acompañada de su contratación como profesor de perspectiva por parte de la Royal Academy entre los años 1811 y 1828. Precisamente el interés por la perspectiva será una de las características que definen sus trabajos.
En 1819 realiza su primer viaje a Italia ya que se le encargarían algunas acuarelas para ilustrar un libro. Pasó por Turín, Milán, Venecia, Roma y Nápoles, dedicándose a copiar obras de algunos maestros clásicos, especialmente Tintoretto. En Roma fue nombrado miembro de la Academia de San Lucas. Gracias a los pintores extranjeros residentes en la Ciudad Eterna, William se puso en contacto con los maestros del Quattrocento italiano: Mantegna, Masaccio, Botticelli, Piero,... De regreso a Londres en 1820 que ponía de manifiesto lo aprendido en este viaje a Italia en el cuadro titulado Roma vista desde el Vaticano donde hace un sensacional homenaje a Rafael.
En los años siguientes expondrá muy poco en la Royal Academy pero sus trabajos se podían admirar en los locales dispuestos al efecto por sus protectores y en la galería abierta por el propio Turner junto a su casa. Cada uno de los trabajos expuestos iba acompañado de un poema, bien suyos o de sus poetas favoritos, uniendo de esta manera poesía y pintura. En estas fechas su relación con Sarah Danby se enfrió considerablemente, estrechando su contacto con la sobrina de ésta, Hannah, relación que durará hasta la muerte del artista.
Turner se convierte en la década de 1820 en el pintor preferido del gran público, de la aristocracia e incluso de la realeza. Sus paisajes son admirados por todos. El maestro se interesa en estos momentos especialmente por los efectos atmosféricos, la luz y el color, llegando a decir algún crítico de él que "Hay un pintor que tiene la manía de pintar atmósferas".
La estancia en Italia se va a repetir en 1828, pasando esta vez por París, Avignon, Florencia y Roma. Pintó asiduamente e incluso organizó una pequeña exposición en la Ciudad Papal cosechando un gran éxito de público, aunque no de la crítica. En febrero de 1829 Turner está de nuevo en Londres para realizar el Ulises, obra en la que emplea colores claros y luminosos gracias al estudio de las obras italianas del Renacimiento: Leonardo, Rafael, Miguel Angel, Correggio, ... Este mismo año de 1829 fallecía el padre del maestro.
A lo largo de 1831 Turner va a viajar por Escocia para contactar con su buen amigo Walter Scott a quien el pintor iba a ilustrar un libro de poesía. Al año siguiente se trasladará a París donde conocerá a Delacroix. Durante el verano de 1833 regresará a Venecia, una de las ciudades que le cautivará, realizando desde este momento un elevado número de escenas protagonizadas por la Ciudad de los Canales. En 1840 visitará por tercera y última vez Venecia, sintiéndose atraído por sus atmósferas.
Al regresar a Londres, Turner se pone en contacto con uno de sus más férreos defensores, John Ruskin, joven teórico de la Historia del Arte que incluirá a Turner en su obra "Modern Painters" y a quien dedicará estas palabras: "en Venecia él encontró libertad de espacio, brillantez de luz y variedad de color". Durante 1844 Turner presentaba en la Royal Academy su obra más famosa: Lluvia, vapor y velocidad, trabajo en el que recogía todas sus investigaciones respecto a la atmósfera, la luz y el color.
A partir de 1845 abandona su contacto con la naturaleza por lo que será duramente criticado, siendo sus cuadros cada vez más caóticos llegando incluso a tener que clavar un clavo en el marco para que se supiese cuál era la parte de arriba al enviarlos a las exposiciones. Compró una casa en Chelsea en la que vivió una larga temporada con Sophia Boot, haciéndose pasar por almirante retirado. En 1850 expuso por última vez en la Royal Academy. Enfermó en octubre de 1851 falleciendo el 19 de diciembre de ese año en su casa de Chelsea a la edad de 76 años.
En su testamento legaba a la nación inglesa sus cuadros finalizados, con la condición de que se construyese un museo Turner para albergar esta colección, en el plazo de diez años tras su fallecimiento. De lo contrario, los cuadros deberían ser vendidos. No se construyó el museo ni se vendieron los cuadros y tras más de un siglo de indecisiones, el legado Turner -constituido por lo que había en su estudio tras su muerte: 320 óleos y más de 19.000 acuarelas y esbozos- se ha recopilado en un edificio anexo a la Tate Gallery, la llamada Clore Gallery, que fue inaugurado por la reina Isabel II en abril de 1987.

sábado, 6 de marzo de 2010

El Románico












jueves, 27 de agosto de 2009

El retrato en los Siglos XIX y XX



El s. XIX no puede ser entendido en toda su dimensión sin tener en consideración el precedente que supuso la Ilustración y la Revolución Francesa. Es bien sabido que en esas décadas fue Francia la nación que lideró a la sociedad en determinados aspectos como la defensa de las libertades ciudadanas o la de los derechos más elementales del ser humano.
También en el campo del arte Francia se erigió en el faro por el que se guiarían gran parte de las naciones europeas durante los ss. XVIII y XIX. A un primer momento correspondería el arte de un Chardin, por ejemplo, admirable retratista que supo captar algunas de las cuestiones básicas de la existencia, como la soledad o la alegría. En cuanto a la técnica, Chardin utilizó una notable reducción de elementos, ayudando a crear un estilo austero y sobrio que, dotado de nuevos significados, sería conocido como Neoclasicismo.
Una vuelta a la Antigüedad clásica y la necesidad de que el arte moderno sirviese no sólo para deleitar sino para educar la moralidad del pueblo. Ambos componentes fueron admirablemente interpretados por Jacques-Louis David (1748-1825), el pintor de la Revolución y, más tarde, del Imperio incipiente de Napoleón. En todos sus retratos (por ejemplo, el de Mme. Récamier o el de La muerte de Marat) se impone el dibujo sobre el color, así como una atmósfera muy especial, donde todo permanece en silencio para dejar el protagonismo a la figura humana.
Ese neoclasicismo se extendió por los países europeos con enorme velocidad, en gran medida respaldado por la acción de tratadistas y de las Academias de Bellas Artes, que se encargaron de exaltar a artistas como Mengs, cuya importancia implícita se ve aumentada en nuestra historia del arte porque permaneció algunos años en la Corte de Carlos III, donde conoció a un jovencísimo Francisco de Goya.
De hecho, el retrato sería determinante para la carrera de Goya, porque desde que ingresara en la Corte española como artista su dominio a la hora de captar a los retratados le valió el respeto y la admiración de todos. En primer lugar, fueron las grandes familias nobiliarias españolas para más tarde ser la Familia Real la que potenció esta faceta del pintor, que llegó a cimas verdaderamente únicas en obras como Los Duques de Osuna, La maja vestida o La familia de Carlos IV.
En España la evolución posterior de la pintura de retrato quedó, como no podía ser de otra forma, marcada por la existencia de Goya, de manera que sólo los pintores dotados de una técnica prodigiosa pudieron aportar algo nuevo al género, como Vicente López y, en la segunda mitad del s. XIX, a Federico de Madrazo, perteneciente a una dinastía de pintores que dominaría el arte español durante décadas.
Algo similar a lo que sucedió con Goya tuvo lugar en Francia, donde el protagonismo de un pintor como Ingres acabó por definir toda una época. Esta situación se vio favorecida, por supuesto, por su extraordinaria longevidad (1780-1867) que le permitió conocer movimientos tan diversos como el Neoclasicismo, el Romanticismo, el Realismo o, incluso, el Impresionismo, al menos en cuanto hace referencia a sus primeros escarceos.
Desde que viajara a Italia para aprender el gran arte del Renacimiento, Ingres despuntó como retratista, dotado de un dominio del dibujo como nunca antes se había conocido, retrató a infinidad de familias nobles, amigos, familiares y, cómo no, también a sí mismo. En la mayoría de esos retratos se impone la mirada fría, casi científica, de un artista que es capaz de trasladar el alma del retratado al lienzo o al papel, y que hoy en día sigue siendo uno de los más admirados entre el público y la crítica especializada.
En el tercer cuarto del s. XIX el retrato conoció un nuevo auge, debido en primer término a la llegada de un nuevo estilo, el Realismo, que apostó por una captación verídica del mundo y del hombre, como se aprecia en los retratos de un Gustave Courbet o de un Honoré Daumier, por ejemplo.
En cierta medida, del mismo énfasis en la vida real partió el Impresionismo, el movimiento artístico que ya nos introduce de lleno en la modernidad. Uno de los precursores más directos del Impresionismo fue Edouard Manet, quien si bien nunca quiso ser adscrito al nuevo estilo, sí ejerció una destacada influencia en los miembros de ese grupo.
Manet era un declarado admirador de la Escuela española de pintura (la del gran Siglo de Oro, sobre todo) y en ese sentido dirigió sus fuerzas como retratista, donde sabe combinar esa admiración por el tenebrismo naturalista del Barroco y un interés radicalmente moderno por los temas de su tiempo: la ciudad, los paseantes, su familia, sus amigos o los espectáculos del París de su época. En todos sus retratos, Manet nos permite conocer a ciencia cierta cómo eran la sociedad y las costumbres del pueblo francés.
El artista ejerció, como decimos, gran influencia en los impresionistas, en especial en Renoir y en Degas, así como en el británico Whistler, todos ellos consumados especialistas en el retrato, al que elevaron a la categoría que en el pasado había ocupado la gran pintura de historia.
Cuando en la década de 1880 pasó el tiempo de los impresionistas, surgieron de inmediato otras opciones a título individual, como las que encarnan Cézanne, Seurat, Van Gogh, Gauguin o Toulouse-Lautrec. De todos ellos, fueron Van Gogh y Toulouse-Lautrec los más preocupados por mostrar mediante el género del retrato sus ideas sobre la pintura moderna. Mientras que en Van Gogh es el color en estado puro, la pincelada sinuosa, la que refleja toda la expresión del retratado, en Toulouse-Lautrec será la línea, el carboncillo, el que permite mostrar la esencia de las figuras, casi todas ellas pertenecientes al mundo de los espectáculos nocturnos de París.
Finalmente, el s. XX ha conocido el desarrollo de una serie de movimientos de vanguardia que han transformado por completo el arte heredado; en Viena, Klimt, Schiele o Kokoschka mostraban una nueva manera de hacer retratos, a medio camino entre el simbolismo y el expresionismo. Son imágenes dominadas por la potencia del color así como por la necesidad de reflejar la expresividad del modelo.
En España ese momento fue interpretado por grandes especialistas en el retrato, como el valenciano Joaquín Sorolla, que utiliza el color y la luz para configurar los rostros y los cuerpos; como Zuloaga, el mejor intérprete de la llamada "generación del 98" en España; o como Anglada Camarasa, que optó por una combinación entre naturalismo y decorativismo.
Entre las figuras de talla internacional que más aportaron al género del retrato en la primera mitad del s. XX hay que mencionar a Pablo Picasso y a Henri Matisse. El primero siempre tuvo como referente la figura humana, que fue interpretando de maneras muy diversas según iba atravesando las etapas de su pintura: modernismo, simbolismo, cubismo, expresionismo o surrealismo. El segundo, Matisse, es un maestro reconocido del retrato basado en el libre juego del color.
Una nueva postguerra llevó a las dos últimas interpretaciones del retrato que hemos podido conocer; por un lado, el nuevo expresionismo, plagado de drama existencial, de Francis Bacon, autor de rostros deformes por el dolor y la soledad; por otro, una visión más ligera pero tanto o más moderna, el arte pop de Andy Warhol, que fue capaz de crear un código visual que ha seguido vigente en las décadas posteriores.

miércoles, 3 de junio de 2009

Romanticismo e Ilustración

Siguiendo las investigaciones de la escuela historicista y sociológica alemana y la doctrina marxista de György Lukács, Arnol Hauser elabora una teoría del arte en la que analiza los fenómenos artísticos en estrecha relación con su contexto histórico y social y los fenómenos socioeconómicos. Rechaza la autonomía de las artes, ya que éstas están formadas por factores materiales que son interdependientes. En su opinión, cada sociedad tiene un estilo específico. Por ejemplo, según él, la sociedad aristocrática prefiere un estilo rígido y tradicionalista, mientras la sociedad democrática prefiere elementos más naturales y un arte más cercano a la ciudadanía.

Hauser ve claramente la oposición entre el clasicismo y el racionalismo, defendido por la ilustración, y el romanticismo del poeta Novalis. Para Novalis la poesía es como el arte de mostrase ajeno de manera atractiva; el arte de alejar un objeto y sin embargo hacerlo conocido y atractivo. Para este poeta todo puede ser romantizado si se da a lo ordinario un aspecto misterioso, a lo conocido la dignidad de lo desconocido, a lo infinito una significación infinita. Esto es el Romanticismo.

En el clasicismo racional e ilustrado se habla de la dignidad de la razón, del conocimiento, del saludable sentido común, del inteligente y sobrio sentido de los hechos concretos. Estas ideas ilustradas están en confrontación directa con lo descrito por Novalis, y marcaran dos formas de entender la cultura, la sociedad, la vida, desde la postrimerías del siglo XVIII, pasando todo el siglo XIX, hasta el sigo XX en sus diferentes manifestaciones culturales.

viernes, 15 de mayo de 2009

Vermeer y los pintores de género



Johannes Vermeer (Delft; 31 de octubre de 1632 - íbidem; 15 de diciembre de 1675), pintor neerlandés, considerado uno de los más importantes de la edad de oro de la pintura holandesa.

Se le conoce bajo varios nombres: Jan Vermeer (Jan es el diminutivo de Johannes), Vermeer de Delft o Johannes van der Meer. Se especializó en escenas interiores cotidianas de la vida doméstica burguesa. Pasó toda su vida en la ciudad de Delft. En vida fue un pintor de provincias con un éxito moderado. No fue nunca especialmente rico, quizá debido al escaso número de pinturas que producía, y a su muerte dejó deudas a su esposa y once hijos. Prácticamente olvidado durante dos siglos, en 1866 el crítico de arte Thoré Bürger publicó un ensayo atribuyéndole 66 pinturas (sólo 34 de ellas le son actualmente atribuidas con seguridad). Desde entonces, la reputación de Vermeer ha crecido enormemente y actualmente está considerado como uno de los más grandes pintores de la edad de oro holandesa. Es particularmente reconocido por su maestría en el uso y tratamiento de la luz.

Sabemos relativamente poco acerca de la vida de Vermeer, a excepción de algunos hechos básicos anotados en registros y documentos legales. Vermeer nació en Delft (Países Bajos), hijo del trabajador de clase media Reijnier Janszoon. Fue bautizado como protestante el 31 de octubre de 1632 bajo el nombre de Joannis. Y enterrado en la Iglesia Vieja (Oude Kerk) en Delft. Es, después de Rembrandt, el más famoso pintor holandés del siglo XVII, periodo que es conocido como la edad de oro de Holanda, por sus asombrosas realizaciones artísticas y culturales.

Su obra es escasa: treinta y cuatro cuadros de escenas de interior (como La Lechera) o retratos (Muchacha con turbante) y dos paisajes urbanos (La callejuela y La vista de Delft). Incluso el número de pinturas atribuidas a Vermeer varía, debido a las circunstancias en las que murió este pintor y a su posterior olvido.

Vermeer se destacaba en la restitución de la luz, de la textura, de la perspectiva (quizás empleaba la cámara oscura) y de los colores trasparentes. Cuidaba la armonía de los colores. En sus obras se puede sentir el silencio de los personajes en algunos momentos íntimos de sus vidas. Se interesó por todas las capas de la sociedad con igual esmero, desde el retrato de una simple lechera trabajando a las obras en las que muestra el lujo y esplendor de los ricos burgueses de la época en sus espaciosas casas, por tanto su pintura nos revela muchos aspectos de la vida de esta época. En su obra se pueden encontrar connotaciones religiosas y científicas.

Alcanzó cierta fama en su ciudad de Delft como pintor innovador y como experto en cuadros. En 1672 fue convocado a La Haya para hacer un peritaje sobre una colección de telas vendidas a Federico Guillermo, gran elector de Brandemburgo.

Se casó en 1653 con Catharina Bolnes, católica, hija de Maria Thins, que disponía de buenos ingresos. Sin embargo las Provincias Unidas fueron invadidas por Francia y luego Inglaterra les declaró la guerra, lo que repercutió negativamente en el mercado del arte en general, y en las finanzas de los Vermeer en particular, ya que tenían once hijos.

Se supone que se perdieron algunas de sus obras porque en más de una ocasión tuvo que entregarlas para pagar sus deudas a los tenderos. Jan Vermeer murió pobre, y su mujer tuvo que vender sus cuadros al ayuntamiento para sobrevivir y mantener a sus ocho hijos todavía menores. Luego se diseminaron sus obras (algunas llegaron a salir del país) a veces con la firma de otros pintores para darle más valor. De las 34 obras reconocidas actualmente como auténticas, sólo 16 llevan su firma y únicamente dos la fecha.

Habría que esperar casi dos siglos para que el historiador y crítico Joseph Théophile Thoré (seudónimo de W. Bürger) le rescatara del olvido, en 1842, con la ayuda del marchante de arte John Smith. Thoré hizo una declaración atribuyendo 76 pinturas a Vermeer, un número que fue pronto rebajado. A principios del siglo XX, corrían rumores de que aún existían pinturas de Vermeer por descubrir.

No fue hasta 1935 que el museo de Rotterdam le dedicó su primera exposición individual.

viernes, 13 de febrero de 2009

František Kupka


František Kupka (Opočno, Bohemia oriental, 23 de septiembre de 1871 - Puteaux, Francia, 24 de junio de 1957) fue un pintor y artista gráfico checo considerado como uno de los pioneros y co-fundador de las primeras etapas del arte abstracto y cubismo órfico (orfismo). Las obras abstractas de Kupka surgieron de una base de realismo, pero más tarde evolucionaron hasta el arte abstracto puro.František Kupka nació en Opočno, Bohemia oriental (hoy República Checa). Desde 1889 hasta 1892, estudió en la Academia de Arte de Praga. En esta época pintó temas históricos y patrióticos. Posteriormente, entró en la Akademie der Bildenden Künste de Viena, Austria, donde se concentró en temas simbólicos y alegóricos. Expuso en el Kunstverein, Viena, en 1894. Su implicación con la teosofía y la filosofía oriental data de este periodo. Para la primavera del año 1896, Kupka se había establecido en París; allí acudió a la Académie Julian brevemente y luego estudió con Jean-Pierre Laurens en la Ecole des Beaux-Arts. Kupka trabajó como ilustrador de libros y carteles, durante estos primeros años en París, siendo conocido por sus dibujos satíricos para periódicos y revistas. En 1906, se estableció en Puteaux, un suburbio de París, y ese mismo año expuso por primera vez en el Salon d’Automne.

Sus primeras obras artísticas muestran una preocupación inusual, a menudo poco realista, por el color y por una distorsión expresiva.

Kupka quedó profundamente impresionado por el primer Manifiesto futurista, publicado en 1909 en Le Figaro. La pintura de Kupka del año 1909 «Teclado de piano / Lago» marcó una ruptura en su estilo representativo; su obra fue haciéndose progresivamente abstracta alrededor de 1910–1911, reflejando sus teorías de movimiento, color, y la relación entre la música y la pintura (orfismo).

Desde 1911 a 1912, al mismo tiempo que el pintor francés Robert Delaunay, Kupka realizó sus primeros trabajos completamente abstractos, como Amorfa: fuga de dos colores (1912, Galería Národní de Praga), que consiste en formas circulares coloreadas y líneas organizadas en una disposición rítmica. En 1911, acudió a reuniones del grupo Puteaux. Al año siguiente, expuso en el Salon des Indépendants en la Sala Cubista, aunque no quería ser identificado con ningún movimiento.

Creación en las Artes Plásticas, libro que Kupka acabó en 1913, fue publicado en Praga en 1923.

Continuó experimentando dentro de la abstracción, y agrupó su obra artística en cinco categorías: círculos, verticales, verticales y diagonales, triángulos y diagonales. En 1931, fue miembro fundador de Abstraction-Création. En 1936, su obra fue incluida en la exposición «Cubism and Abstract Art» (Cubismo y Arte Abstracto) en el MoMA de Nueva York, y en una importante muestra con otro excelente pintor checo, Alphonse Mucha, en el Jeu de Paume de París.

Una retrospectiva de su obra tuvo lugar en la Galerie Mánes de Praga en 1946. El mismo año, Kupka participó en el Salon des Réalités Nouvelles, donde siguió exponiendo con regularidad hasta su muerte. Durante los primeros años de la década de los cincuenta, obtuvo reconocimiento general y tuvo varias exposiciones individuales en Nueva York. No obstante, no fue un pintor tan influyente como otros del movimiento abstracto, por lo que no recibió el reconocimiento que se merecía hasta después de su muerte.

Entre 1919 y 1938 Kupka fue apoyado financieramente por su buen amigo, el coleccionista de arte y empresario industrial Jindřich Waldes quien acumuló una significativa colección de su arte. Kupka murió en Puteaux, Francia, el 24 de junio de 1957.

Kupka tenía un fuerte interés en teoría del color; alrededor de 1910 comenzó a desarrollar sus propias ruedas de color, adaptando un formato que previamente habían explorado Sir Isaac Newton y Hermann von Helmholtz. Esta obra a su vez llevó a Kupka a ejecutar una serie de cuadros que llamó «Discos de Newton» (1911-1912). Kupka estaba interesado en liberar los colores de asociaciones descriptivas. Su obra en esta área se cree que influyó a otros artistas como Robert Delaunay.


Iliá Repin

Iliá Yefímovich Repin, (ruso: Илья Ефимович Репин; Chuguev, Ucrania, 24 de julio./ 5 de agosto de 1844. - Kuokkala, Finlandia, 29 de septiembre de 1930) fue un destacado pintor y escultor ruso del movimiento artístico Peredvizhniki. Sus obras, enmarcadas en el realismo, contienen a menudo una gran profundidad psicológica y exhiben las tensiones del orden social existente. A finales de los años 20 comenzaron a publicarse en la URSS detallados trabajos sobre su obra y alrededor de diez años después fue puesto como ejemplo para ser imitado por los artistas del realismo socialista.Repin nació en la ciudad de Chuguev, en la gubernia de Járkov, en el centro de la región histórica de Sloboda Ucrania.

Su padre Yefim era un militar y colono que se dedicaba al cultivo de la tierra, pero estando permanentemente obligado al deber militar. Repin comienza a tener contacto con la pintura como aprendiz a la edad de trece años en el taller de un artista local dedicado a los iconos llamado Bunakov. Igualmente comienza a estudiar la técnica del retrato. En 1866 se trasladó a San Petersburgo e ingresó en la Academia Imperial de las Artes.

Con su primera obra maestra, "La resurrección de la hija de Jairo", ganó la medalla de oro de un concurso de la Academia, y con ello una beca para estudiar en Francia y en Italia. Así es como Repin vivió en París, donde recibió la influencia de la pintura impresionista, que tuvo importantes consecuencias sobre su forma de usar la luz y el color. Sin embargo, su estilo continuó siendo más afín al de los maestros de la vieja escuela, especialmente Rembrandt, y nunca llegó a convertirse en un impresionista. A lo largo de su carrera retrató a la gente común, tanto ucraniana como rusa, aunque en sus últimos años también representó en sus obras a miembros de la elite del Imperio Ruso, la intelligentsia, la aristocracia y al propio Emperador Nicolás II.

En 1878 Repin se unió a la Asociación de artistas Peredvizhniki, generalmente llamados Los Pintores Itinerantes, que en la época en la que Repin llegó a la capital rusa se rebelaron contra el formalismo de la Academia. La fama de Repin se extendió a raíz de su pintura "Los sirgadores del Volga", una obra que denuncia de un modo impactante el duro sino de estas personas. Desde 1882 vivió en San Petersburgo, realizando frecuentes visitas a su tierra natal ucraniana y ocasionalmente viajes al extranjero.

Poco antes del asesinato del Emperador Alejandro II en 1881, empezó a pintar una serie de cuadros relacionados con el movimiento revolucionario ruso: "Negativa a confesarse", "Arresto de un propagandista", "El encuentro de los revolucionarios" y "No lo esperaban", siendo ésta última su obra maestra sobre este tema. En ella se representa la sorpresa de los miembros de una familia ante la llegada al hogar de un exiliado político.

Su obra "Procesión de Pascua" en la provincia de Kursk es con frecuencia considerada un arquetipo del estilo nacional ruso, mostrando diversas clases sociales y las tensiones entre ellas, dentro del contexto de la práctica de una tradición religiosa y unidas en un avance lento pero continuo.

En 1885 Repin terminó una de sus pinturas de mayor intensidad psicológica: "Iván el Terrible y su hijo". Este óleo muestra a un horrorizado Iván que abraza a su hijo agonizante, a quien acaba de golpear y herir mortalmente en un acceso de furia. La mirada de espanto de Iván se halla en profundo contraste con la expresión de serenidad de su hijo.

Una de las pinturas más complejas de Repin, "Los cosacos Zaporogos" le escriben una carta al Sultán de Turquía, ocupó al artista durante muchos años, y es en gran medida fruto de una concienzuda investigación llevada a cabo conjuntamente con el historiador Dmytro Yavornitski, que incluyó numerosos viajes a la región de los cosacos zaporogos. Repin concibió esta obra como un estudio en clave de humor, pero también pensaba que recogía los ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad; en pocas palabras, el republicanismo de los cosacos ucranianos. Comenzó este cuadro en 1880 y no lo completó hasta 1891. Irónicamente fue adquirido de forma inmediata por el Emperador, quien pagó por él treinta y cinco mil rublos (una cantidad desorbitada en aquella época). Otra versión de este cuadro, realizada entre los años 1889 y 1896, se conserva en el Museo de Bellas Artes de Járkov. Además Repin pintó dos esbozos al óleo para este cuadro: uno de ellos, se encuentra en la Galería Tretiakov y el otro está en el museo nacional de arte de Bielorrusia, en Minsk.

En su madurez Repin retrató a muchos de sus más ilustres compatriotas, incluyendo al novelista León Tolstói, el científico Dimitri Mendeléyev, el jurista y político Konstantín Pobedonóstsev, el filántropo y mecenas Pável Tretiakov, los compositores Modest Músorgski, Aleksandr Glazunov, Mijaíl Glinka y Antón Rubinstein y el poeta y pintor ucraniano Tarás Shevchenko.

En 1900 se le encargó por parte del gobierno de Rusia su mayor obra: un óleo de 400 por 877 centímetros que representase una sesión solemne del Consejo Estatal del Imperio Ruso.El propio Repin diseñó su casa, situada a unos cuarenta kilómetros al Noroeste de San Petersburgo. La llamó "Penati", en referencia a los Penates (ídolos romanos protectores de la familia y del hogar). Tras la Revolución de Octubre (1917) la zona en la que se encontraba, Los Penates, fue incorporada a Finlandia. Diversas instituciones soviéticas le invitaron a regresar a su tierra natal, pero él rechazó los ofrecimientos argumentando que era demasiado anciano para hacer tal viaje. Durante esta época Repin dedicó mucho tiempo a pintar temas religiosos, aunque el tratamiento que hizo de los mismos no fue habitualmente tradicional sino innovador.

Con la excepción del retrato del primer ministro del gobierno provisional, Aleksandr Kérenski, no pintó nada relevante acerca de las revoluciones de 1917 o del experimento soviético que las siguió. Su último cuadro, un festivo y exuberante óleo llamado "Gopak", trata sobre un tema cosaco ucraniano.

Falleció en 1930, en Los Penates (Kuokkala, Finlandia - actualmente Repino, provincia de Leningrado-). Sus restos están enterrados en el jardín de la casa.




miércoles, 11 de febrero de 2009

Vrubel

(Osmk, 1856-San Petersburgo, 1911) Pintor ruso. Su obra, inicialmente relacionada con la idea de un nuevo arte religioso nacional, señala el tránsito del realismo al simbolismo.

Egresado de la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo, el pintor Mijaíl Vrubel integra en 1889 la colonia de Abramtsevo. Vrubel es una personalidad aparte, un artista profundamente original e independiente, que llevará el arte ruso al umbral del siglo XX.

En Ambretsevo, Vrubel continúa pintando, en particular una formidable serie de "demonios", pero trabaja igualmente en campos tan diversos como la cerámica, la arquitectura, la escultura, los paneles decorativos, los decorados de teatro.
Llega a ser el representante más destacado del estilo "Modern", una versión rusa del Art nouveau.

Este vasto campo de actividad así como el interés que manifiesta por las fuentes tradicionales acerca la obra de Vrubel, pese a su singularidad, a las preocupaciones artísticas de su época.

Una sección entera de la exposición está dedicada a Vrubel. Permite situar el trabajo del artista en ese contexto de emergencia de un arte nacional, cuando se le asocia por lo general a los simbolistas europeos.

En los diez últimos años de su vida, Vrubel sufre de trastornos mentales que le obligan a internarse cada vez con más frecuencia. Se dedica al dibujo a partir de 1902 y continúa trabajando hasta 1906. Él solo habrá realizado la transición entre la antigua y la nueva generación de artistas rusos.

domingo, 30 de noviembre de 2008

RAMÓN CASAS


(Barcelona, 1866-id., 1932) Pintor y dibujante español. Se formó artísticamente en Barcelona con Joan Vicens y se perfeccionó en París, donde residió de 1890 a 1894, con Rusiñol y Utrillo, entre otros. En sus primeras obras plasmó interiores y exteriores parisinos empleando con soltura el toque y la concepción impresionista. A su regreso a Barcelona siguió cultivando esta tendencia inicial de su pintura, sobre todo en sus cuadros de interiores con figuras femeninas, pero se sintió atraído también por la pintura histórica, en particular por la plasmación de acontecimientos contemporáneos. Ello se concretó en cuadros de gran formato, con multitud de figuras y dotados, en algunos casos, de intensos efectos de dramatismo, como es el caso, por ejemplo, de Garrote vil, una de sus obras más conocidas. Las procesiones y los bailes populares se contaron también entre sus temas preferidos. Para dinamizar el ambiente artístico de la Barcelona de la época, en 1897, Rusiñol, Romeu, Utrillo y él abrieron la cervecería Els Quatre Gats, donde se celebraron famosas tertulias, y fundaron la revista del mismo nombre, que más tarde se publicó con el título de Pel & Ploma. Por esa misma época, comenzó los doce óleos para el salón del fumador del Liceo de Barcelona, y seguramente por entonces entró en contacto con muchas de las personalidades de la sociedad barcelonesa, a las que retrató en sus incisivos dibujos al carbón (más de doscientos), que lo acreditan como un gran dibujante y que ejercieron una influencia considerable en Picasso. No menos interesante es su actividad como diseñador de carteles (Anís del Mono, Cigarrillos París) y su participación en las fiestas modernistas de Sitges, de las que arranca la fama de dicha ciudad. Ramón Casas fue, sin lugar a dudas, una de las grandes figuras del modernismo pictórico.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

TURNER


(Londres, 1775-id., 1851) Pintor británico. Fue un artista precoz, admitido ya a los catorce años como alumno en la Royal Academy, de la que fue nombrado miembro asociado en 1799, a los veinticuatro años, y de la que fue también, más tarde, profesor y vicepresidente. Su prematura inclinación hacia la pintura se concretó desde el primer momento en una vocación de paisajista, hasta el punto de que fue el paisaje el único tema que cultivó, y del cual llegó a ser un maestro indiscutible. A partir de 1792 adoptó la costumbre de realizar apuntes de paisajes y vistas para venderlos a grabadores o convertirlos luego en óleos o acuarelas. Esta línea de actuación, mantenida a lo largo de toda su vida, está en el origen de la gran cantidad de dibujos que dejó a su muerte, amén de los que se incluyeron en obras como Puertos de Inglaterra o Vistas pintorescas de las costas meridionales de Inglaterra. Aunque su obra fue muy discutida, contó con admiradores y mecenas incondicionales, como el tercer conde de Egremont y Ruskin. Gozó, por ello, de un gran desahogo económico, que le permitió realizar constantes viajes por diversos países (Francia, Suiza, Italia), de los que constituyen un recuerdo memorable, por ejemplo, sus series de vistas de Venecia. Desde sus inicios, sus paisajes son plenamente románticos por el dramatismo de los temas tratados y manifiestan un interés particular por el espacio atmosférico y los efectos luminosos. Estos dos rasgos, los más característicos de su peculiar estilo, se mantuvieron hasta el final de su carrera, aunque en composiciones cada vez más esquemáticas y abstractas en las que el color adquirió un protagonismo absoluto. En sus últimos años vivió una existencia solitaria, con frecuentación casi exclusiva de su amante, Sophia Booth.

martes, 9 de septiembre de 2008

Un romántico místico

Friedrich es uno de los grandes exponentes del Romanticismo pictórico alemán. Estudió en la academia de Copenhague y viajó a diferentes lugares de Alemania. En él se observa un profundo sentimiento hacia la Naturaleza. Esta es una característica común en el Romanticismo alemán, no sólo en el ámbito pictórico, sino también en el literario o filosófico). Los paisajes de la producción de Friedrich se circunscriben al norte de Alemania. Es un gran observador de la Naturaleza, pero no por ello deja de lado otros temas como son la figura humana o el sentimiento religioso. Sus paisajes son maravillosos y de ellos emana una luz clara y diáfana. Los árboles, colinas y montañas se envuelven en una mágica bruma. Sus ambientes destilan gran misticismo religioso. El simbolismo espiritual es una constante en su producción. Sus figuras suelen aparecer de espaldas al espectador. Así consigue el que nos identifiquemos con estos personajes ya que nos hacen partícipes de la composición. Las figuras son representadas a una escala mucho menor que el paisaje. Sus personajes son mínimos ante la inmensidad de la Naturaleza y la omnipotencia de sus fuerzas.

martes, 8 de julio de 2008

El arte, expresión humana difícil de definir


¿Cómo definir el arte?. Las respuestas son tan numerosas como variadas, y ni siquiera los teóricos se ponen de acuerdo al respecto

Cuando hablamos de arte en el lenguaje coloquial para referirnos a la actividad humana dedicada a la creación de cosas bellas, se diría que nos encontramos ante un término fácil de definir, universalmente comprensible e históricamente inmutable. Se trata, por el contrario, de un concepto complejo, del que muchas civilizaciones no han sido totalmente conscientes y cuyo sentido, contenido y alcance puede, en consecuencia, llegar a ser muy variable, tanto en el espacio como en el tiempo.

El principal problema para definir el arte deriva, por lo tanto, de la propia conciencia que se posee de ese término en un determinado ámbito cultural, es decir, de la existencia -o no- de un proceso asumido que conduce a la creación de un objeto bello, con todas sus implicaciones teóricas, técnicas, personales y sociales, consecuencia de la eventual apreciación de la belleza como parte esencial del resultado. Pero también es posible la consideración artística de cualquier objeto o proceso creativo al margen de la valoración concreta que tuvo para su autor o para la civilización que lo configuró, por el mero hecho de ser apreciado como tal dentro de una reflexión estética posterior. Eso es lo que hace posible que valoremos hoy como artísticas las obras prehistóricas, por ejemplo, que en otras épocas, sin embargo, se despreciaban al ser consideradas primitivas.
La condición humana está ligada a la producción y uso de objetos, que son, a la vez, fruto de un pensamiento y de un proceso de elaboración. Cualquier objeto, pues, está asociado a unas determinadas necesidades existenciales, ya sean estas materiales o espirituales.

Todo aquello que ha acompañado a los seres humanos desde su aparición sobre la Tierra -desde lo más diminuto a lo más grande, desde lo más primario a lo más complejo, desde lo más práctico a lo más trascendente, desde lo más necesario a lo más contingente, desde lo más permanente a lo más perecedero- se ha convertido en un testimonio expresivo de un modo de concebir, individual y socialmente, la vida, cuya elocuencia es mayor para quien sabe analizar ese testimonio.

Cuando se reflexiona sobre cualquiera de esos objetos, en virtud de su belleza, bien a través de la persona que los proyecta o de la sociedad a la que van destinados, bien retroactivamente, como consecuencia de su apreciación por culturas ajenas que los contemplan, podemos hablar de obra de arte.

Algunos enlaces interesantes


www.leon.es/leonromano/

www.leon.es/leonmedieval/

http://rsta.pucmm.edu.do/biblioteca/pinacoteca/

http://www.prm.ox.ac.uk/


http://www.arsvirtual.com/index.jsp