Roma, epifanía de 1487. A sus veintitrés años, Giovanni Pico della Mirandola pretende pretende defender públicamente sus 900 Tesis sobre la concordia de las diferentes religiones y filosofías. Incapaz de encerrarse en la estrechez de una sola doctrina, Pico muestra que la Verdad no es una sino mútiple y anhela una renovación espiritual de la humanidad. Como apoyo a sus tesis, que serán condenadas, ha compuesto un Discurso sobre la dignidad del hombre que llena igualmente de dignidad a la naturaleza. Ni el género humano ni el mundo están caídos: no hay pecado original sino divinidad por todas partes y, en el caso del hombre entera libertad para fraguar su camino. Pico hace decir al artífice del universo:
Oh, Adán, no te he dado ni un lugar determinado, ni un aspecto propio, ni un prerrogativa peculiar con el fin de que tengas el lugar, el aspecto y la prerrogativa que conscientemete eligas... Te he puesto en el centro del mundo para que más cómodamente observes cuanto en él existe. No te he hecho ni celeste ni terreno, ni mortal ni inmortal, con el fin de que tú, como árbitro y soberano artífice de ti mismo...
El hombre, microcosmos que recapitula el macrocosmos, no depende ya de Dios sino de sí mismo. En el centro de un universo lleno de proporción y armonía, su libertad no es vana arrogancia, sino responsabilidad cósmica. Pero pronto el hombre habrá perdido su lugar en el cosmos y aquella misma libertad será sentida como angustia (Pascal, Kierkegaarrd), nihilismo (Doctoievsky), absurdo (Kafka, Beckett, Sastre...), desarraigo (Heidergger). Náufrago en un universo sin sentido, cuanto mayor sea su inconfesada desorientación más poder ansiará para sentirse a flote. Si Pico elogiaba la versatilidad de la naturaleza humana, el hombre moderno querrá huir de ella para refugiarse en lo rígido y mecánico. En vez de responsabilidad, desplegará una rebelión cósmica. En vez de concordia, devastación de al Tierra.