jueves, 7 de mayo de 2009

Marsilio Ficino: Carta sobre el tiempo


“El tiempo debiera emplearse parcamente”
Carta de Marsilio Ficino a Lorenzo de Medici (carta 82: “Tempus parce expendendum”)
The Letters of Marsilio Ficino, volume I, Shepheard-Walwyn, 1975, pp. 130-132


Marsilio Ficino al magnánimo Lorenzo de Medici: saludos.

Mil saludos a tí, mi salvador después de Dios. En cuanto mi mano puede levantar un lápiz considero errado escribirle a nadie antes de hacerlo a mi único patrono. ¿Sobre qué, entonces, estoy más capacitado para escribir?

Durante mi enfermedad, Lorenzo, nada afligía a mi alma tan amargamente como el recuerdo del tiempo desaprovechado, y nada me consolaba salvo el recuerdo de aquellas cosas de las que había aprendido algo. Pues la divina alma se deleita sólo en el divino alimento de la verdad, por la cual se nutre y fortalece. Pues el resto, la trivialidad de fugaces menudencias, no satisface al alma inmortal, que por inclinación natural exige lo eterno e ilimitado. Te suplico por tanto, amado patrono, mediante Dios eterno, que pases los momentos más preciosos del tiempo, breve como es, cauta y sabiamente, para que no tengas nunca ocasión de arrepentirte en vano de tu prodigalidad y despilfarro irreparable. El tiempo perdido hacía llorar a Teofrasto cuando tenía ya ochenta años. El tiempo perdido, hacía que con frecuencia en mi presencia el gran Cósimo suspirara profundamente cuando tenía más de setenta.

Te ruego, antepone a las necias preocupaciones, pasatiempos vacíos y actividad innecesaria aquél dicho socrático: ‘Marchaos, enemigos impíos! Marchaos de una vez, ladrones de mi alma, para que no caiga cautivo el hombre nacido para gobernar’. Libérate, te ruego, de este miserable cautiverio mientras puedas; pero sólo puedes hacerlo hoy: por primera vez independízate hoy. Créeme, no es sabio decir “viviré”; mañana es demasiado tarde para vivir; vive hoy. Lo que pido, Lorenzo, es fácil. Pasar una hora rectamente y con utilidad no es difícil; usa bien, te ruego, una hora cada día para alimentar la mente en estudios liberales, y ese poquito tiempo vívelo provechosamente para tí mismo. Y el resto, si deseas, vívelo para otros. Como sabes, con frecuencias deberías vivir para otros si deseas vivir para tí mismo. Pero haz ambas cosas, por amor de Dios... Mas no me hagas más promesas para mañana; prometiendo lo que no tienes ni sabes si tendrás. Si sólo comieras o bebieras mañana, mi amigo, ¿no estarías muerto en tres días? Deja que este mañana muera hoy, déjalo morir de una vez, no sea que tú mismo mueras; nada es más falso que este mañana, que ha engañado a todos los hombres que la tierra ha engendrado...

Empero, no es a Lorenzo a quien advierto tanto como a Marsilio y a los otros mortales. Todos nos afanamos amargamente bajo la enfermedad del “Déjalo para mañana”. Apenas si tenemos el momento presente, pues lo asimos tan ligeramente, que no tenemos el poder de retenerlo aunque sea por un momento. Pero el futuro es nada; por consiguiente ningún hombre lo posee. ¡Oh criaturas necias, lastimosas! Ponemos nuestras esperanzas en nada, y derrochamos siempre el tesoro que poseemos. Y queremos usar al máximo lo que no poseemos en absoluto! Así estamos enfermos hasta el punto casi de la destrucción. Por lo tanto no debiéramos llamar a Galeno o Hipócrates, sino más bien a Esculapio y a Apolo. A Dios (adiós) hoy: si cuentas con el bienestar de mañana, nunca estarás bien!...
Confía sólo en Dios, Lorenzo; también yo confío en Dios. Una vez más adiós.

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